EMBARRADORES DE RIOHACHA

145 AÑOS DE TRADICIÓN Y CULTURA VIVA

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martes, 11 de diciembre de 2012

RESEÑA HISTORICA



1867, hace unos 145 años. Esta es, como tradición, una costumbre
que perdura sin distingo de clase social, religión, credo o raza.
Un buen día, entre 1825 y 1850, llegaron a Riohacha unos
aventureros franceses bajo las órdenes de José Laborde, exoficial
de la Real Marina de Francia, oriundo de Tolón; desembarcaron
en estas costas, en varias naves de su propiedad.
 
La ciudad, dejó abierta las puertas a los aventureros, fue la
oportunidad para que José Laborde se estableciera en ella. Era
un hombre adinerado, visionario y audaz. A ello debe añadirse
su mentalidad mercantilista. Por la situación reinante en aquel
tiempo, las únicas fuentes laborales eran proporcionadas por la
guerra y el comercio. Fundó una compañía naviera, inauguró la
ruta comercial directa Riohacha-Tolón, puerto marítimo del mediterráneo
de Francia que cubrió durante varios años.
 
En el siglo XIX, los barcos
 
Los barcos traían mercancías de puertos franceses a la ciudad,
que se vendían al por mayor en el comercio local. Riohacha, vivió
un proceso de captación de recursos humanos e inversión extranjera
que cambió el marco socio¬económico de la comarca.
 
José Laborde se casó con Manuela Ariza, una joven de la Provincia
de Padilla, oriunda de San Juan del Cesar, de cuya unión nació
José Laborde Ariza. Desde muy niño, José Laborde Ariza, recibió
su formación educativa en París. José Laborde Ariza contrajo matrimonio
con Margarita Barros, de cuyo hogar nacieron siete hijos.
 
Al regresar a su tierra, el camino del destino lo llevó a heredar,
no sólo la vida náutica de su padre sino que continuó los
negocios manteniendo las vinculaciones con la “ciudad luz”; los
amplió, abriendo una fábrica de perfumes franceses y de pousee
café; constituyéndose José Laborde Ariza, en un aventajado y
próspero comerciante.
 
POSIBLE ORIGEN FRANCÉS DE LA TRADICIÓN
 
Riohacha, entró en un auge de navegación marítima y económica
comercial. José Laborde Ariza, a medida que pasaban los
años y como comerciante, hizo muchos viajes de Riohacha a Francia
y pensaba en cuáles serían las mejores cosas que podría hacer para
que Riohacha fuera más feliz.
 
El 14 de julio de 1866, José se encontraba en París. Ese día
se celebraba un aniversario más de la toma de “La Bastilla” durante
la Revolución francesa; los parisinos festejaban con desfiles
folclóricos por las principales avenidas y, entre los grupos, figuraba
uno, integrado por personas cubiertas de barro.
 
Los “embarrados”, eran patrullas de excombatientes, un
numeroso grupo de agricultores y mucha gente del pueblo raso;
para mostrar su relación cotidiana con la tierra ese día, sacan
lodo de las márgenes del río Sena y se cubren el cuerpo de pies a
cabeza; luego, se dirigen al “Arco del triunfo” y las cuadrillas de
embarrados se divierten y felicitan a todos los grupos que por allí
transitan.
 
Esta celebración, lo llevó a recordar las fiestas populares del
carnaval de su tierra natal.
 
LOS EMBARRADOS» COMO EVENTO DEL CARNAVAL
 
Días después, José Laborde salió de París rumbo a Riohacha.
Con él llegaron algunos miembros de las familias Dangond,
Lacouture y Lafourie; a todos ellos y a la tripulación, les manifestó
la idea de incorporar en el próximo carnaval el disfraz de “los
embarrados”; todos acogieron con entusiasmo la idea y la orden de
su patrón y, a los pocos días de haber llegado, salieron a la búsqueda
del sitio ideal; no tardaron mucho tiempo en seleccionar a
la “Laguna Salá” como el escenario apropiado para apilar, preparar
y sacar el barro en las orillas del río Ranchería (“El riíto”).
 
José Laborde Ariza, advirtió a sus marinos, empleados de
la fábrica y a sus amigos riohacheros, que debían de estar

provistos de pantalones largos, sacos, una careta de tela de fuerte
lona o lienzo y debían embarrarse entre las 4 y las 5 de la mañana.
 
 También les recomendó que al presentarse a la plaza de Padilla,
debían permanecer siempre agrupados porque podría ser
peligrosa la reacción que el impacto del disfraz de los embarrados
causaría entre los hombres riohacheros. Además les recordó, que
el capitán había acordado “tocar la sirena” del barco, calculando
la llegada de “los embarrados” a la plaza.
 
ENRAIZAMIENTO EN EL CARNAVAL DE RIOHACHA
 
Aquella madrugada del domingo de carnaval de 1867, un escuadrón
de más de veinte embarradores’ se dirigió a la “Laguna
Salá”, donde se revolcaron hasta cubrirse de lodo todo el cuerpo;
luego, se presentaron a las cuatro de la mañana a la plaza de Padilla
y con sus más horribles gritos de huuu!, ... huuu!, ... ¡huuu!
“volvieron loca” a la gente del pueblo que, con “El pilón”, esperaba
el domingo de carnaval.
 
En medio del pánico y atrapados por la inesperada aparición
de esa invasión de monstruos, la gente indefensa, sin poder creer

lo que veía, corría despavorida, buscando salvación de una parte a otra y gritando misericordia, Ave María Purísima! A todo esto, “los embarrados” perseguían a las parejas de “El pilón” y éstas corrían y fueron muchos los gritos que clamaron al cielo: ¡Ay Dios mío!, porque creían que la aparición era una cosa del otro mundo; hubo gente en el suelo porque las  pilanderas’ chocaban entre sí.
 
Lastimeras voces de auxilio, apagaron las velas que ardían en las manos de las bailadoras,
los pañuelos que antes flameaban en las manos de las parejas ahora ardían; las mujeres
lloraban de temor y sus lágrimas, al mezclarse con la maizena, formaban una máscara grotesca en sus rostros.
 
En el claroscuro del amanecer, los hombres riohacheros, motivados por la extrema desesperación, con desplantes y palabras ofensivas, se pararon frente a ellos para defenderse y proteger a sus mujeres
del maloliente “abrazo de los embarrados”. Por encima de todo,
“los embarrados” buscaban demostrar con el abrazo que eran sus
amigos y no los diablos escapados de los infiernos que ellos suponían.
La situación empeoró aún más cuando ya, reponiéndose del
susto, los riohacheros amenazaron con sacar sus armas. Los embarrados
se dieron cuenta del riesgo y el peligro que corrían, lo
que los llevó a pensar en sus vidas y evitar un desenlace fatal.
De inmediato, uno de ellos, se descubrió el rostro y seguidamente
lo hicieron los demás y gritaban sus nombres y apodos conocidos
para demostrarles que no eran fantasmas del otro mundo, sino
seres vivientes, incluso, eran sus amigos.
 
A partir de ese momento, las lágrimas y los gritos de desesperación,
se convirtieron en una contagiosa alegría. La gente de
“El pilón”, tomando del brazo a los embarrados, empezó a desfilar
por las calles al son del tambor.
Ya, a la luz del día, la población vio por primera vez a “los
embarrados”, quienes, haciendo gala de una desbordante alegría,
mostraban a los riohacheros el nuevo disfraz del carnaval. Cuando
corrían a las puertas, las tocaban y estampaban sus huellas en
éstas. Finalmente, terminaron en la playa, ‘sacándose’ el frío y
maloliente barro en el mar Caribe.
 
Y la gente comenzó a llamarles “Los embarradores”.

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